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La mejor mamá del mundo

  • Foto del escritor: Jamás.Dije
    Jamás.Dije
  • 16 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 may 2020

Hola, ma, ¿cómo estás?


Hoy no vengo a felicitarte. Hoy decidí platicar contigo. Bueno, básicamente vengo a contarte lo que traigo en la cabeza... como siempre.  La verdad es que le he dado muchas vueltas al asunto y no sé ni por dónde empezar, así que iniciaré por lo más sencillo: Perdón, mamá, perdóname por decirte que eres la mejor mamá del mundo.


Los años han pasado —y vaya que han pasado rápido —  y cada día me siento menos listo para enfrentar al mundo. Esto es importante que lo sepas, aunque también es importante que sepas que no es tu culpa. Hace unos años era un estudiante lleno de sueños, hoy —por fortuna—  la pared se ha llenado de cuadros, reconocimientos y títulos que intentan hacerme recordar lo que me propuse ser —mas no lo que soy y eso es igual de importante mencionarlo—.


En este andar —tan raro, tan lleno de viajes, tan contradictorio— me he levantado en ocasiones con ganas de tirar todo por la ventana e irme a vagar por el mundo con una maleta en mano y esperar a que la interpol me detenga por hacer fraudes en mis tarjetas de crédito (Es broma... bueno, a veces no es broma);  también hay otros días en los que al abrir los ojos el cerebro me estalla en ideas coloridas —toda legales, aunque no puedo decir que todas se puedan compartir en estas líneas— y hago planes para conquistar el mundo mientras juego a que el cepillo de dientes es mi micrófono y los jabones, el gel y demás artefactos del baño un público que me ovaciona.  Así soy, ma, perdón.


¿Y tú? ¿Dónde has estado tú este tiempo?


Ahí, a mi lado. Justo en el momento exacto.  Siempre te he admirado, aunque lo digo poco.

Cada vez que voy a caer, estás a mi lado no para detenerme —pues, me enseñaste a aprender de mis errores— sino para ayudarme a levantarme.... como los superhéroes lo hacen justo al final de la película.


Los días en que creo que todo es gris, que no hay salida, que las puertas se cierran, que las ventanas no abren, que los muros me rodean, tú haces magia y me recuerdas que los muros están ahí para algo: Coloréalos, anda — agregas con una sonrisa— ¿qué puedes perder?


Cada que olvido el camino, tu voz hace eco en mí: nadie dijo que iba a ser fácil —me dices en ese tono sereno que te caracteriza— tienes que trabajar y estudiar el doble... no sé si al final todo valdrá la pena, pero habremos de morir intentándolo.


¿Y yo? Yo... pues, yo sólo te abrazo y dejo que una vez más me regales una pluma de tus grandes alas para dejar que las mías sigan creciendo. Te vuelvo a abrazar y te digo que eres la mejor mamá del mundo.


Pero, sabes, nunca me he preguntado si en realidad querías serlo....


A lo mejor, aquel día no necesitabas ser la mejor mamá del mundo sino sentirte querida y abrazada...  y yo no me di cuenta. Perdón, por ello.


Tal vez —sólo tal vez—  aquella noche en que te sentías mal, en que la calma no llegaba, no querías ser la mejor mamá del mundo sino dejar que el silencio te abrazara y descansar, sin embargo seguiste en vela toda la madrugada esperando a que yo terminara una tarea, o deseando que la enfermedad al fin cediera, o mirando por la ventana mientras yo me sentía adulto y decidía conquistar el mundo de noche.


Puede que esa mañana no quisieras ser la mejor mamá del mundo y despertarte para hacer el lunch, la comida, la cena, llevar la ropa a la tintorería, ir a trabajar, desearnos que tuviéramos buen día y sonreírnos... quizá necesitabas soñar. Aún así, estuviste ahí al pie del cañón.


Quién sabe... en ocasiones puede que no quisieras ser la mejor mamá del mundo y comprarme la computadora nueva...  pero, dejaste que la bolsa bonita o el viaje soñado esperara un poco más para que yo pudiera tener algo que no tuviste tú.


Perdón, mamá, por decirte que eras la mejor mamá del mundo, cuando no sé si querías serlo... pero, así te veo y no lo puedo evitar. Te veo grande, te veo llena de fuerza para mí, te veo con el corazón noble. Y espero —te lo juro, que espero y lucho por ello—  algún día ser la mitad de lo que eres tú.


Sé que tienes errores, lo sé, pero, me parece buena idea decirte que de ellos aprendí por montones —no los juzgo, porque, pues quién carajos soy yo para hacerlo—. La mejor enseñanza que me has dejado es:  levántate, reinicia, arriésgate... lo peor que te puede pasar en la vida es que no te pase nada.


No sé a dónde me lleve la vida —porque es bien rara— lo que sí sé es que a cualquier lugar que vaya te prometo que iré guiado por tus pasos.


Gracias por todo, gracias por tanto, gracias por siempre.

Espero que algún día te sientas tan orgullosa de mí como yo lo estoy de ti.


¡Feliz día a la mejor mamá del mundo!

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