Ni árbol, ni libro, ni hijo... lo que aprendí de mi padre.

Todo el mundo va por la vida diciéndote que antes de morir debes hacer tres cosas: sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo.

Lo que nadie te explica es que la bendita semilla no crece sola. No te dicen que debes regar aquella raíz, el origen de todo. Con profundo cariño debes velar por ella hasta que se convierta en un roble resistente, frondoso y aún así, jamás debes darle la espalda al maravilloso fruto.

Tampoco te dicen que aquel fantástico libro que hablará de utópicas aventuras, de esos triunfos en mar abierto o desiertos desolados, se escribe día a día. Las derrotas bajo cielos grises, una sonrisa transparente y sin dudarlo, algún acto erróneo e innecesario de rebeldía forman las más bellas páginas de una historia que aunque imperfecta, siempre es justa y feliz.

Como si lo anterior no fuese suficiente, el mundo calla ante tus ojos, que tener un hijo no basta. Que amarlo con todo tu ser jamás va a ser suficiente, pues tal cual árbol o libro, se debe tomar de la mano a esa carne de tu carne y enseñarle a mirar el mundo a través de tu fe, tu respeto, tolerancia, cariño, amor hacia sí mismo y al mundo que le rodea.

Al hijo debes reprenderle, sin duda alguna, pero por sobre todas las cosas, debes enseñarle a sembrar su propia semilla y escribir de manera lenta, pero con la mejor de las inspiraciones, el libro de la vida que hará de su destino un lugar maravilloso, para que el día que ya no estés a su lado, tu recuerdo escriba los mejores capítulos de aquel texto de incierto futuro.

A mí tampoco nadie me explicó bien lo del árbol, el libro y el hijo, pero hoy, orgullosamente puedo decir que aprendí con el ejemplo del hombre que me dio la vida, su abrazo y sus alas para seguir adelante; además el destino cruzó mi rumbo con el de padres honestos y valerosos como ustedes, a los que poco a poco he robado inspiración para continuar caminando.

Por cierto, feliz día del padre

Texto: #LasCosasQueJamásTeDije