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Nuestra última lección

  • Foto del escritor: Jamás.Dije
    Jamás.Dije
  • 16 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

Hay días en que creo que tengo uno de los trabajos más difíciles del mundo, lo digo  en serio: Educar no es  exponer teorías, conocimientos, años de descubrimientos sino tratar de que se descubran nuevos mundos, y juro que es difícil.  Cada que tú creías que fallabas,  yo también sentía que lo hacía. Ese sentimiento es complicado de explicar y de entender. Nunca te lo dije, pero el día en que algo te pasaba, lo sabía, lo sentía… y aunque mis energías estaban dispuestas a ayudar, muchas veces no supe el cómo, el cuándo, el dónde y eso duele. Muchas, qué digo muchas, ¡muchísimas veces! dudé si lo estaba haciendo bien. No por falta de conocimiento o no contar con un equipo (increíble) de compañeros maestros que me apoyara sino porque esa duda me llevaba a cuestionarme si estaba respetando tu esencia. A esto debo sumarle el regaño que nunca falta; las horas leyendo, revisando, aprendiendo, corrigiendo;  o esa cosa tan peculiar que es diseñar dinámicas atípicas que, además debo confesar, no siempre salían como las imaginaba. Eso no es bueno no malo sino todo lo contrario. Y si  lo anterior no les hace pensar en que tengo uno de los trabajos más complicados del planeta, dejen que les cuente la sensación tan extraña que representa el encontrar a gente maravillosa, que te enseñan de la vida y del mundo, y al cabo de tres años tener que decir adiós. Si despedirse de la gente que uno quiere no es la cosa más difícil de este mundo, entonces no entiendo qué es. El manual señala que debo decirles que se esfuercen todo lo que puedan y el mundo será suyo. Nunca he sido un maestro de manual. Lo siento. La realidad es que allá afuera el mundo no siempre va a ser justo, pero eso no significa que ustedes deban dejar de serlo. Habrá ocasiones en que se esforzarán al máximo y el resultado no será el esperado. Por favor, no pierdan la fe. También, la vida los encontrará con personas que no entienden el valor de la honestidad, pero los pido que no olviden lo que aquí aprendieron y nunca dejen de ser honestos.  Si algún día se enfrentan a una situación difícil no se pregunten el porqué o el para qué; entiendan que es la vida misma diciéndoles: abrázate a los que quieres y avanza. Sé libre. Ésta es la última lección que voy a compartir con ustedes: Cierren los ojos un segundo y recuerden a los niños que entraron a esta escuela hace bastantes años. Hagan que esos niños se sientan orgullosos de las mujeres y los hombres en los que se han convertido. Yo lo estoy. Cuando el camino se torne difícil, en el instante en que estén a punto de dejarse caer, acuérdense que aquí se quedó un maestro que cree en ustedes. No espero que no se equivoquen, que no se caigan, aunque confío en que jamás lo dejen de intentar. Ah, y si pueden, que pongan acentos. Pero, si el recuerdo de este maestro no es suficiente, háganse un favor: miren en este momento a su derecha y a su izquierda, reconozcan a quienes están aquí. Ahora, den media vuelta, vean a sus familias, vean a todos aquellos que creen en ustedes. Ahí está la gran razón para seguir, para levantarse... una vez más. No, no están solos. Generación 2015 – 2018, que las cosas buenas de la vida los busquen, los encuentren y se queden con ustedes por el resto de los días.  Fue un honor. Hasta siempre.

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